martes, 26 de mayo de 2015

La lucha continúa



Aunque sigue habiendo retraso en el diagnóstico, pocos pueden aludir al desconocimiento del concepto "cáncer" para sospechar la enfermedad. Sin embargo, hace setenta años, el tabú y el silencio rodeaba al cáncer.

Los primeros investigadores , cuando ni siquiera existía la quimioterapia, vieron pronto la necesidad de que se generalizara el conocimiento de la enfermedad. Descubrir a tiempo el tumor era esencial para que el paciente salvara la vida.

El objetivo era generar conocimiento sobre la enfermedad para fomentar el diagnóstico precoz y también aumentar la concienciación de los Gobiernos y Entidades que pudieran financiar la carísima investigación oncológica, que ha llevado a multiplicar los porcentajes de curación del cáncer.

Cuando dar información de este tipo supone la diferencia entre vivir y morir, surge gente que utiliza sus dones para ayudar a otros. En este caso concreto, fueron los cineastas los que encontraron una forma de que el mundo tuviera conocimiento sobre el cáncer. Descubrieron que el cine era un formato ideal para llegar a miles de personas y los cortometrajes con esta temática se multiplicaron. 

El tono era común: difundir el miedo para promover la concienciación sobre la enfermedad.
Algunos historiadores dicen que la lucha audiovisual contra el cáncer en aquellos años animaba a hablar y "denunciar" un auténtico tabú.

En 1947 la Asociación Nacional de Cáncer de Dinamarca contrató al (con permiso de Lars Von Trier) mejor director de cine danés de la historia, Carl Dreyer, para dirigir un minidocumental con un título que no dejaba lugar a dudas: La lucha contra el cáncer. La pieza, de 12 minutos de duración, comienza con un toque de campanas a muerto, mientras que una voz en off se pregunta: "¿Por quién doblan las campanas?" y, tras enfocar a una esquela de una mujer de 32 años, contesta: "Por alguien que esperó demasiado".

Además de este documental, se rodaron muchos más. Todos con tono de alerta, miedo y angustia con la intención de hacer reaccionar al espectador y que fuera consciente de que el cáncer existía, era peligroso y esencial que se detectara a tiempo.

Los cortometrajes y documentales que se estrenaron durante estos años no dejaban lugar a dudas: los protagonistas se enfrentaban a un futuro incierto o morían por no haber visitado antes a su doctor. Estas historias tan dramáticas servían también para que las Asociaciones fueran conscientes de lo grave de la enfermedad. Y las historias funcionaban. En 1949, el documental El tiempo es vida  consiguió que una Institución (que posteriormente se convertiría en la Sociedad Americana del Cáncer), contribuyera enormemente a financiar  la investigación de la enfermedad. Otros organismos públicos estadounidenses no tardaron en unirse a la lucha.

Los cineastas también consiguieron que la gente dejaran atrás pensamientos como que el cáncer era contagioso o que se debía a algún comportamiento erróneo. Pensamientos que hoy en día no son comunes pero sí en aquellos años, cuando la enfermedad era algo tan desconocido y estigmatizante.

Estos cineastas abrieron un camino por el que mucho se ha avanzado hasta llegar al 2015. La investigación del cáncer está muy desarrollada en todos los países y la gente es plenamente consciente de que la enfermedad existe y que debe hacerse revisiones periódicas para poder detectarla a tiempo.


Los médicos e investigadores siguen trabajando. La lucha continúa. Una lucha que comenzó hace setenta años gracias a unos cuantos cineastas que decidieron que su arte podía ayudar a personas de todo el mundo.

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